miércoles, 3 de abril de 2013

Nacionalizar deportistas: pros y contras

Hablábamos hace un par de semanas, de pasada, de las nacionalizaciones en el deporte, y le dimos a Ángel Marbán una idea sobre el tema para la Zona Mixta del último programa. Se trata de un tema complejo, ya que nacionalizarse como miembro de otro país o, en caso contrario, "adoptar" deportistas de otras nacionalidades como nuestros no siempre se hace por el mismo motivo.

Hay causas más que justificadas. Deportistas cuya familia, por haber desempeñado su carrera deportiva en España o, simplemente, porque residen en nuestro país por otros motivos, se crían como uno más y acaban sintiendo la nacionalidad española como suya. Otros que llegan muy jóvenes procedentes de sus países de origen y, llegado un punto en el que están tan cómodos y tan adaptados, acaban quedándose y nacionalizándose. Los hay que buscan un mayor rendimiento deportivo, ya que proceden de países con menos recursos y creen que pueden llegar más lejos en su disciplina compitiendo para España (o para el país que se nacionalicen). Y los hay incluso que persiguen motivos puramente logísticos.

El caso de los futbolistas, por ejemplo, tiene poco que ver con el sentimiento de pertenencia. La inmensa mayoría se nacionalizan porque al hacerse europeos no cuentan como extranjeros en la plantilla, y así le dan mayor margen de acción a sus clubes a la hora de fichar extracomunitarios, que ya sabéis que hay un tope máximo en los equipos. Esto es un mero truco para evitar la norma, ya que las Selecciones nacionales casi nunca se aprovechan de ello. (Incluso a veces los clubes exigen, por contrato, que los futbolistas se nacionalicen).

Sólo en casos de jugadores que creen que no van a ser convocados nunca con sus Selecciones, éstos aceptan jugar, en este caso, con España (casos como los de Donato, Catanha o más recientemente Pernía o Senna). Es complicado (aunque la evolución de la sociedad cada vez lo permite más) ver casos como, por ejemplo, los de Thiago Alcántara, que pudo elegir Brasil pero eligió España porque, realmente, él se ha criado aquí. ¿Quién es nadie para decirle a alguien que lleva toda la vida en este país que no es español? Sin embargo, podría haber decidido no serlo. Algo muy parecido pasa con Bojan.

Cada persona lo hace por unos motivos. En fútbol se tienen más en cuenta las posibilidades de jugar a nivel internacional o no. En algunos casos, de ganar más títulos (Özil, o de eso le acusan) o bien de sentimiento de pertenencia a un país (Altintop, que nació en Alemania pero se siente turco). En atletismo suele ser por ganar recursos a nivel de desarrollo deportivo. También por deseo de las Federaciones de ser competitivas en disciplinas en las que no se despunta ni se despuntaría por motivos de poca tradición (de ahí el caso del béisbol). ¿Qué hacemos entonces?

¿Es admisible impedir nacionalizarse a alguien? Pensándolo fríamente va en contra de cualquier valor solidario, de libertad y de igualdad. Si nuestra sociedad habla continuamente de eliminar las diferencias entre nosotros, incluso, utópicamente, de que "no haya países", ¿por qué debemos molestarnos por el hecho de que alguien que no ha nacido en nuestro país juegue defendiendo nuestros colores? Precisamente, el deporte pretende fomentar la igualdad entre personas y el compañerismo. No parece que prohibir sea la mejor solución.

Sin embargo, no hay que ser hipócritas, y mucha gente aún es reticente a ver a un deportista que no es de su país compitiendo. Los hay que no se declaran conservadores de mentalidad y que, sin embargo, se ven incapaces de sentir la misma pasión o emocionarse de la misma forma si aquel a quien han de animar "no es español". En deportes colectivos, ese sentimiento, de forma general, no aflora porque suele ser sólo un jugador el que constituye la excepción (vuelvo al ejemplo de Senna y la Selección campeona de la Eurocopa 2008, o Talant Dujshebaev en balonmano). Pero, ¿y si fueran todos? ¿Tendría el mismo mérito conseguir éxitos? Con el béisbol, muchos no sienten que sea España ese equipo que jugó hace algunos días.

¿Limitamos las nacionalidades, entonces? ¿Máximo cuántas? ¿Y si son por causas justificables, admitimos más del máximo?

Tiene pinta de que, más que una legislación en sí, lo que necesita el asunto es sentido común y ser capaces de analizar cada caso de forma individual, primando no el sentido de la ambición por lograr éxitos a cualquier precio, sino de igualdad entre personas y el fomento de la rivalidad sana en el deporte entre países.

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