martes, 26 de junio de 2012

Así vivimos el España-Irlanda en Gdansk (II)


Jueves, 14 de Junio. 18:00pm. El verdadero viaje empieza cuando ya ataviados con camiseta, bandera y bufanda de España (y en mi caso con un gorro de Guinness de San Patricio para confraternizar), salimos del Albergue rumbo al Estadio. No tardamos en abordar una marea humana, principalmente irlandesa, que se dirige cantando, cerveza en mano, hacia Gdansk Glowny. De repente, un irlandés me abraza como si nos conociéramos de toda la vida y después me pregunta que qué espero del partido. "Vamos a ganar, pero también a pasarlo bien, ¿no?". No hay que ser descortés. Todos nos dicen amistosamente que somos un equipazo. Pero sin duda, la llave que nos abrirá todas las puertas de ahora en adelante a la hora de hablar con los irlandeses es mi camiseta de Iniesta, que despierta una y otra vez el mismo cántico en la hinchada rival: "He plays on the left, he plays on the right; Andrés Iniesta is fucking shite!" No penséis que va con maldad; Llamar mierda a Iniesta sólo es parte del ambiente festivo entre aficiones, que será la nota dominante de toda la tarde y la noche. Ni un sólo incidente.

La travesía hasta el Arena Gdansk resulta ser una pequeña Odisea a la vez que divertidísima; Odisea por la cantidad de gente, que abarrota trenes y autobuses y no deja arrancar a los tranvías por puro colapso de las puertas en Gdansk Glowny, pero llena a la vez de juerga, cánticos, buen rollo y mucha charla con los irlandeses, que superan con mucho numéricamente a los españoles. Nacho y yo intentamos coger un tren, que parece ser más rápido y directo, pero es imposible. Finalmente optamos por el tranvía ya conocido, que logramos coger después de un buen rato de caos y algún que otro momento de tensión en el andén (tenéis el vídeo más abajo). Ya dentro y apretados como sardinas en lata, mi amigo graba como puede un vídeo con su móvil mientras un español nos agarra del hombro para intentar cantar más alto que ellos. "¡Somos campeones de tooooooooooooooooodooo!". Batalla perdida. Su "Stand up for the boys in Green", aderezado con puñetazos en el techo del tranvía es atronador.


19:45pm. La línea especial 60, que se supone que va al 'Stadion', nos deja en una zona industrial a 20 minutos andando de nuestro destino. Seguimos haciendo algún vídeo y cantando con la marea verde al tiempo que nos calamos, pues lleva lloviendo de forma ininterrumpida desde que salimos. El acceso a los exteriores del Arena Gdansk no es demasiado incómodo: Un par de controles de seguridad y estamos dentro. No nos cuesta encontrar nuestra puerta de entrada, así que aprovechamos para hacernos alguna foto con algún aficionado rival (podéis ver todas las fotos en el álbum que he colgado), alguna otra al estadio y entrar, justo a las 20:26pm, a 19 minutos del comienzo del partido. 

Del partido no voy a hablar mucho porque doy por hecho que ya sabréis cómo quedó. Un 4-0 da motivos para pasarlo bien, pero casi lo pasamos aún mejor antes y después que durante el partido en sí. En una experiencia como esta, podríamos decir que ver el encuentro sólo es una pequeña parte de todo lo que vives y la excusa principal que envuelve los verdaderos motivos del viaje: Encontrarte con gente de toda España, charlar con los aficionados del equipo contrario, disfrutar de sus costumbres futboleras y sus canciones, enseñarles las tuyas, sentirte embajador de todo ese buen rollo que el fútbol transmite a la gente... No hubo casi un sólo instante durante el partido en el que paráramos de animar, como no hubo un instante en el que la grada irlandesa (prácticamente todo el estadio) parase de animar a los suyos, a pesar de ir perdiendo. De eso deberíamos aprender bastante todos. Dejo algunos vídeos que hice a vuestra disposición: La ceremonia previa, que por la tele parece una tontería pero que en directo enciende a la gente porque es el preludio a la tensión del partido; La salida de los equipos, los himnos nacionales y algún vídeo más. Pero sin duda, el mejor es el último: A falta de pocos minutos del final, toda la grada irlandesa empezó a cantar "The Fields of Athenry", una canción popular del país que narra la historia de un joven deportado a Australia por robar comida para su familia durante la hambruna de la patata que asoló Irlanda en el Siglo XIX. Ahora, los hinchas la cantan  en señal de fidelidad a su equipo al final de cada encuentro. Fue tan emotivo que toda la grada española se calló para disfrutar del momento y grabarlo con sus teléfonos móviles. Hay pocas aficiones que demuestren tanto con tan poco como la irlandesa, que a pesar de tener una selección pobre (sin ánimo de ofender) desplaza más gente que cualquier otra en esta Eurocopa. Nos dejaron, literalmente, sin palabras y con la sensación de que el fútbol es lo de menos. Sólo pudimos aplaudir y aplaudir al final.


Después del partido decidimos tomarnos la vuelta al centro de Gdansk con calma, pasando antes por la Fan Zone para echarle un vistazo, que resultó ser decepcionante. Todo medio vacío. Diez minutos después de entrar, recién pasada la medianoche, se nos comunica que cierran. ¿Dónde está esa fiesta de la que nos habló la voluntaria? Regresamos a Gdansk Glowny, pero sólo encontramos un par de pubs abarrotados de gente y bastante caros. Cuando ya pensamos que lo de la parranda post partido es un bulo encontramos a la afición irlandesa de juerga en los bares de la calle Dluga y en la Fuente de Neptuno (dato que despertará sonrisas a los atléticos) situada en la Plaza del Mercado Largo, la parte más antigua de la ciudad. Es entonces, con el alcohol haciendo mella, cuando más amistosos y más agradables se ponen con nosotros. La mayoría nos da la mano o nos abraza practicando el mismo discurso: "Sois el mejor equipo del mundo y el mejor equipo que he visto en mi vida. Váis a ganar la Eurocopa otra vez". Con picardía, mi amigo les promete que eliminaremos a Inglaterra en cuartos por ellos, lo que les enciende el ánimo. Son también muchos los que vienen a hablarme de lo maravilloso que les parece Iniesta cuando ven la camiseta que llevo.

Uno de los momentos más graciosos de la noche llega cuando nos metemos por una callejuela llena de discotecas. ¿Cuánto vale entrar? Las chicas gratis, por supuesto...pero los chicos tienen que pagar bastante, así que pasamos. Es entonces cuando dos polacas bastante perjudicadas por el alcohol nos abordan y en 'modo lapa' nos piden encarecidamente que les regalemos nuestras banderas españolas. Nacho me mira, ya que las dos son mías. No sé decir que no. Total, están bastante viejas y una me la encontré. A cambio nos regalan sus bufandas de la selección polaca y un beso en la mejilla cuando nos hacemos una foto para inmortalizar el intercambio.


Después de tomar algo y charlar un poco sobre el partido con un par de irlandeses en un pub tranquilo, seguimos explorando la zona. Encontramos una plaza en la que se ha levantado una carpa de Heineken donde ofrecen comida y cerveza, justo lo que nos pide el cuerpo a esas horas de la noche. Pedimos un par de birras, unas salchichas con patatas fritas y nos aposentamos donde podemos, pues todos los sitios están abarrotados. Hay muy pocos españoles por la zona. Es entonces cuando un señor irlandés de una edad cercana o mayor que la de mi padre me hace señas con un tenedor lleno de carne con cebolla. Nacho alucina: "¿Te va a dar de comer? ¡Pero si no nos conocemos de nada!" Hace un gesto y me ofrece el cubierto como si fuese un bebé al que le estuvieran haciendo el avión, cosa que repetirá varias veces más tarde. Su mujer me aborda y me empieza a explicar que es un plato típico polaco. No se me ocurre más que decir que gracias y que está todo buenísimo. ¿Véis? Esto es lo que intentaba explicar sobre los irlandeses. No hay gente más amable y con tan poco pudor a la hora de hablar y compartir sus cosas con todo el mundo que ellos. Son increíbles.

Al salir de allí decidimos volver a la Plaza del Mercado Largo a ver cómo sigue la fiesta antes de volver al Albergue. Por el camino nos vuelven a parar para darnos la enhorabuena por quincuagésima vez y me ofrecen una botella de Minute Maid llena de algo que parece agua. "Es agua, pero de lluvia. La recogí del cielo durante toda la tarde". Prefiero declinar la invitación, no vaya a ser que mi pobre estómago no lo soporte. ¡Estos irlandeses están como cabras! Ya en la plaza, alguien se ha hecho con un balón (sí, un balón de fútbol) que vuela de un lado a otro. Algunos pelotazos rebotan en las fachadas de los edificios históricos del lugar y por un momento pienso que cientos de aficionados medio borrachos jugando al fútbol en una plaza llena de bares y la policía pasando por allí no es una buena combinación, pero todo parece tranquilo. Para equipararnos a la masa nos hacemos con unas latas de cerveza nativa Zywiec, nada despreciable, y nos las bebemos mientras ya convertidos en unos hinchas irlandeses más, cantamos "Stand up for the boys in Green" durante un buen rato. Es interesante explicar la liturgia de este cántico: Se empieza con una estrofa muy bajita en la que un líder, en este caso un aficionado montado a lomos de otro y con un megáfono (hay vídeo para que lo veáis), susurra "Sit down for the boys in Green", mientras todo el mundo debe sentarse en el suelo lentamente. Cuando todos están abajo, el líder se levanta rápidamente y aúlla "Stand up for the boys in Green" y todos los demás suben y le siguen. Fácil, gracioso y entretenido. A lo tonto se nos hacen casi las cuatro de la mañana.

Llegamos ligeramente pasadas las cuatro al Albergue. Por el camino hemos visto a un irlandés haciendo eses y caminando hacia ninguna parte, sólo. "Quizá eso ya sea pasarse". Cuando nos tumbamos en la cama nos invade el cansancio y el sueño, pero tenemos la sensación de haber vivido un día muy especial. Aún no se acaba cuando, ya dormidos, alguien abre la puerta de la habitación. Nos levantamos de un salto y en seguida escuchamos un "sorry". Cierran la puerta. ¿Cualquiera puede abrir cualquier habitación con su llave? Es lo que tienen los Albergues baratos. Ponemos un sillón en la puerta para que nadie entre y seguimos durmiendo.

Abandonamos la habitación al día siguiente a eso de las once y pico de la mañana. Las seis horitas de sueño han sentado muy bien. El avión de vuelta para Barcelona El Prat sale a las 18:25 de la tarde, así que aprovechamos nuestras últimas horas en Gdansk para recorrer el casco histórico y ver las calles con la luz del día, hacer algunas compras de recuerdo y comer en un restaurante de aspecto bastante pijo al lado del canal que conecta con el Atlántico. Pescado, carne, postre, cerveza, café...comemos como Reyes y todo nos cuesta en total 96 Zlotys, unos 24 Euros. Esa misma comida en Madrid no la cataríamos por menos de 25 Euros cabeza y nos han dicho que los precios están inflados por la Eurocopa. ¡Hay que volver a Polonia! Pero somos conscientes de que la gran aventura se acaba. Horas más tarde, ya en el avión de vuelta, tengo la sensación de haber cumplido con un viaje que siempre quise hacer, pero que me quedo con ganas de más. Y en cuatro años hay una Eurocopa en Francia, que coge cerquita de casa. Hay que repetir.

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